por Nino Ramella
En un documental conocido en los últimos días el papa Francisco propone que los países den cobertura legal a la unión de homosexuales y de esta manera proteger a sus familias, argumentando que también ellos son hijos de Dios.
Es inevitable recordar que diez años atrás, cuando se debatía la Ley de Matrimonio Igualitario, el por entonces cardenal Jorge Bergoglio en una carta a las carmelitas sostenía que el proyecto era inspirado por el demonio “para destruir la obra de Dios”.
Además de ser jesuita no desconoce los avatares de la militancia política. Mandó esa carta para no quedar descolocado frente a la corriente más conservadora del clero, encabezada por Héctor Aguer, que por un mínimo de votos había decidido que la Iglesia Argentina rechazara no sólo el Matrimonio Igualitario sino también la legalización de lo que se conoce como Unión Civil.
Hoy el papa comenta que en su momento estuvo de acuerdo con la Unión Civil, lo que fue conocido en instancias privadas pero que nunca hizo público.
Se oponía al matrimonio por el mandato bíblico de considerarlo una institución configurada por hombre y mujer. Lo curioso es que no se limitaba a negar el sacramento de la Iglesia sino también a que la ley civil lo instituyera para todas las personas, creyentes o no.
Fue así comprensivo con las parejas homosexuales, pero no tanto como para considerarlos en el mismo nivel que los otros hijos de Dios. Como dijo Borges de los orientales…es el sabor de lo que es igual y un poco distinto. O como decía Orwell “todos somos iguales pero algunos somos más iguales que otros”.
Hay quienes entienden que las contradicciones de la Iglesia son adaptaciones a los tiempos. Y si…la realidad golpea como una piedra contra los dientes. Las guerras santas contra el divorcio o la Ley de Matrimonio Igualitario vaticinaban la destrucción de las familias, cosa que no ocurrió.
Produjo en cambio tranquilidad y alegría en quienes estaban unidos por la fuerza de sus sentimientos. Quedan en el debe de las columnas de la discriminación y el sufrimiento lo que se cobró la tardanza en regularizar esas situaciones. La influencia de la Iglesia tiene en eso una responsabilidad insoslayable.
En la necesidad de hacer crecer la feligresía y tratar de conformar a más gente habría que desarticular algunas contradicciones flagrantes -que no pueden dejar de ser institucionalmente traumáticas- y alimentan los argumentos de quienes atacan a la Iglesia.
Que la institución mundial con más componente gay en su seno sea a la vez la más homofóbica puede que necesite más una explicación psicológica que sociológica. Que se exalte la figura de la madre y se declame cuán importante es la mujer en la Iglesia no se compadece en modo alguno con el papel absolutamente secundario -por no decir muchas veces servil- que ellas tienen en la institución.
Que la opción preferencial por los pobres se sostenga desde las más altas jerarquías de la Iglesia no acostumbradas precisamente a pasar penurias…un poquito de ruido hace.
Hay curas y monjas que trabajan en la trinchera acudiendo al rescate de quienes viven en los subsuelos de la condición humana. También ellos son víctimas de las contradicciones de la institución que los alberga, que podríamos llamar como una de las -sino la única- monarquías absolutas vigentes en el mundo.
Hay contradicciones que los exégetas tratan de disimular explicándonos porqué debe entenderse que muchos pasajes de la Biblia tratan de decir exactamente lo contrario de lo que dicen. Ocurre que como la justicia divina se perfecciona con el castigo, los horrores que se ordenan en las escrituras son directamente estremecedores.
Recién en el Siglo XIX la Iglesia admitió que la esclavitud no era una buena práctica. Y supongo que ya no aconsejarán violar a las mujeres de los enemigos derrotados ni lapidar a nadie. Hace apenas dos años el papa, casi produciendo un terremoto interno en el Vaticano, dijo que la pena de muerte era inaceptable. También dijo en ese momento que el infierno no existe. “Lo que existe es la desaparición de las almas pecadoras”, cambiando ardor por incertidumbre.
De haberlo sabido antes me hubiera ahorrado las pesadillas que de niño me producía pensar que como mis padres no iban los domingos a misa estaban por tanto en pecado mortal y que eso los condenaba a arder por toda la eternidad.
Tal vez el Vaticano padece del paquidermismo burocrático que le impide moverse con más celeridad Ya hay muchos países que tienen leyes de Matrimonio Igualitario y muchísimos más que normaron la unión civil.
No es del caso esperar revoluciones, pero si apuraran un poquito más el paso tal vez podría lograrse atenuar las penurias de quienes son víctimas del destiempo de algunas obsesiones dogmáticas -con preferencia en la moral sexual- que al final del camino se hunden en el pantano de su anacronismo.